6 de mayo de 2011

EL LARGO CAMINO DE LA VENGANZA
Capítulo III - El Doctor

Engel se creía preparado para el hedor típico de las barracas de esclavos, pero esto era Pandemónium y eso significaba que aquí cualquier tipo de miseria humana se iba a ver aumentada de forma drástica.

Se subió el embozo para protegerse del olor y comenzó a vagar entre las hileras de cuerpos encadenados. No hizo caso de las imploraciones de aquellos desdichados y apenas se entretenía en examinarlos, puesto que había venido aquí a buscar a una persona muy concreta.

Al fin lo encontró, estaba asistiendo a los que se encontraban en peor estado de salud. A fin de cuentas, La Asamblea no podía permitirse perder la inversión que había hecho en estos productos por algún inconveniente como un miembro gangrenado o una enfermedad mal tratada.

-Dr. Uldas?

En cuanto oyó su nombre, el científico se envaró y miró de reojo nervioso, parecía dudar de si responder afirmativamente o no a la sencilla pregunta. "He aquí un hombre acostumbrado a huir", pensó Engel.

-Tranquilícese doctor, no tengo cuentas pendientes con usted. Es más, puede que mi visita le resulte beneficiosa.

Uldas se giró hacia él y se subió los anteojos, inspeccionando a Engel con ojos huidizos. El temor había dado paso a la curiosidad.

-¿En qué puedo ayudarle?- Preguntó mientras se pasaba la mano por la grasienta melena, intentando adecentarse un poco.

Engel decidió ir al grano:

-Quiero que me acompañe, Uldas, voy a dar caza a los indivíduos que me hicieron esto.- Dijo señalándose la máscara. -Son los mismos que casi acaban con usted cuando traicionó a sus antiguos amos Gilgar, ambos tenemos cuentas pendientes con ellos.

-¡Ni hablar!- Uldas le miró como si estuviera loco. -Bastante suerte tuve de escapar con vida la primera vez, no quiero ningún tipo de revancha contra esos hombres, es más, espero no volver a encontrarme con ellos jamás.

-Le pagaré bien. Debido a sus pocos escrúpulos ha arruinado su carrera, pero sin duda un hombre de sus talentos se está desperdiciando aquí. Yo...

-Prefiero conservar mi pellejo.- Le interrumpió Uldas. -Yo sólo me enfrenté a esos mercenarios por temor a lo que Gramton pudiera hacerme, pero esos tipos acabaron con él. ¡A ellos sí que hay que temerles!

-De quien debe tener miedo es de mí, doctor.- Engel dejó entrever la pistola bláster que llevaba debajo de la capa con gesto amenazador. -Necesito de sus servicios, no le estaba dando a elegir.

Uldas tuvo que tragar saliva antes de responder:

-Creo que podría replantearme su oferta.






Engel casi se había arrepentido por completo de haber reclutado a Uldas. El Apotecario no hacía mas que quejarse de todo y lamentarse de su mala suerte. Era muy últil llevar en la nave a alguien con esos conocimientos de medicina e ingeniería, pero a duras penas compensaba su actitud negativa. Hasta ahora le había servido para administrarle los tratamientos que sus heridas requerían y para mantener tranquilo al "huesped" de la bodega, pero esta última labor parecía ser un nuevo motivo de lamentaciones para el doctor.

-¿Para qué ha traído esa cosa con nosotros? Es un peligro que esté en la nave.

-Esa "cosa" era uno de los tres motivos que tenía para detenerme en Pandemónium, Uldas. Para mí tiene tanto valor como usted, así que asegúrese de que no cause problemas.

-Si yo era otro de los motivos... ¿Cuál era el tercero entonces?

-Tenía que entrevistarme con una persona, pero ya había abandonado el planeta. Así que tendremos que ir a buscarla.

-¿Otro compinche para nuestra pequeña partida de caza?

-No exactamente. Nuestros objetivos son tan esquivos porque tienen una organización que les respalda, nosotros necesitamos también alguien que nos financie, alguien que tenga tantos motivos como nosotros para verlos muertos.

-¿Y quién es esa persona misteriosa?

-El barón Kohl von Heller, de la Casa Decados.

1 comentario:

  1. Obviamente, el "huesped" de la bodega era Zarguzan, el cambiado antropófago a cuyo culto de caníbales se habían enfrentado nuestros protagonistas en Pandemónium. Dado que a Engel le habían dejado a merced de unos enemigos parecidos, había algo de justicia poética en que sus enemigos murieran de forma similar.

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